Es un deseo, un sueño universal perseguido por parte de la humanidad, por todos los que encuentran en ese masaje la profunda relajación y liberación.
El toque en el cuerpo nos lleva de vuelta a las caricias de la madre o de una imaginación de lo que podría haber sido ese momento.
A un encuentro con una fantasía, a un espacio donde siento que todo puede cambiar.
La niñas bailan y observan a una pareja que intercambia unas caricias. Si, son caricias en un formato cercano al masaje, al final lo que importa es el toque, como le llamemos no importa tanto.
Lo que anhelamos es ser tocados y sentir la piel, el calor y las sensaciones de otro ser humano en mi, en mi cuerpo.
Sus caricias me ayudan a sentir vivo, presente y totalmente conectado con mis sensaciones.
Incluso genera algun placer, se activan mis deseos, se hacen muy reales mis carencias.
Las niñas siguen jugando y bailando ajenas a todo eso. Su inocencia es tan presente que en ese juego ya sienten toda la vida en este instante.
El sol va bajando y esta a punto de esconderse en el horizonte.
La luz es dorada, muy intensamente dorada, invitando a sentir una relación romántica con el momento.
Todo como se el romántico tuviera que ver con el sol, o con su posición, con el color de sus rayos o con la sensación de una placentera temperatura.
¿Entonces que es lo que llamamos romántico?
De una tremenda impresión que hay algo que me genera un amor, que el amor nace de un estado, de un momento de una acción.
Que esa caricia está llena de amor aunque el otro que los mira y está ahí cerquita no lo tiene, siente una total ausencia de amor.
Y lo anhela, lo desea, cree que le falta algo, imagina tenerlo, se siente solo.
Este masaje al final del día ha provocado una revolución, una tentación, un apego, unos deseos, una sensación de separación.
Y las niñas siguen jugando ajenas al sol, al masaje, al deseo, a la pareja que juega con las raquetas.
Las niñas no buscan, ellas ya son el amor en su acto más romántico con la misma vida.